Ser importante para alguien cambia todo

Quiero hablarles de algo que me atraviesa profundamente: hacer contexto.
Cuando supe que estaba embarazada, conocí de cerca ese miedo del que tanto se habla al ser madre. No era solo temor al parto o al futuro. Era un miedo más hondo: a no ser suficiente, a no poder, a no saber amar.

Ese miedo me obligó a mirar de frente las creencias más duras que tenía sobre mí misma. ¿Y saben qué? Atravesarlas fue liberador. No porque ya esté iluminada ni porque ya no me visiten esos miedos, sino porque hoy puedo verlos con claridad. Sé de dónde vienen.

Tener una familia, construirla y sostenerla, no es solo amor y ternura. Es un compromiso diario. Pero no solo con el otro: es un compromiso conmigo misma.
Antes, no lo entendía. Vivía para trabajar, justificando mi agotamiento con la productividad. Como si eso fuera suficiente. Pero ahora, cuando tengo un hijo, ya no hay espacio para esa desconexión. Lo que hago o dejo de hacer tiene un impacto directo en alguien más.

Ahí descubrí algo poderoso: ser importante para alguien te da un poder enorme.
Lo decía también Naruto (sí, el anime): cuando eres importante para otro, aparece una fuerza que no sabías que tenías. Porque quieres ser tu mejor versión, no solo por ti, sino por ese otro que te mira, que te necesita, que aprende de ti.
Te conviertes en contexto.

Y eso me golpeó de lleno en esta maternidad. Me di cuenta de que muchas cosas a mi alrededor no me dejaban satisfecha. Subía de peso, tenía el colesterol alto, y ya no podía hacerme la loca. Tenía que asumir mi parte.
No desde la culpa, sino desde la responsabilidad poderosa de saber que si yo me cuido, cuido a mi familia.

Hoy, mi compromiso es emocional. Ya no es solo sostener económicamente, sino sostener desde el ejemplo. Alimentarme bien, entrenar, descansar. Ponerme en primer lugar, no por ego, sino porque al cuidarme yo, estoy cuidando a los demás.
Si yo como sano, todos comen sano.
Si yo me esfuerzo por estar bien, eso se irradia.
Y sí, me lo pienso dos o tres veces antes de comerme ese dulce, no porque esté prohibido, sino porque ya no soy solo yo.

He escuchado mucho esa idea de que “no necesitamos a nadie”, que “hay que estar bien solos”. Sí, la soledad tiene su lugar. Pero es en el vínculo donde nos vemos de verdad, donde creamos compromiso con nosotros mismos.
No vinimos a brillar solos. Vinimos a iluminar el camino de otros. A ser contexto, inspiración, presencia.

Y por eso da tanto miedo: porque hacerlo te obliga a salir de todas tus excusas.
No hay atajo. No hay receta mágica. Solo queda hacerlo.
¿Hay que comer más ensalada? Bueno, se compra, se lava, se seca, se guarda lista.
Ese es el camino. No hay otro.

Durante más de veinte años lo busqué. Gasté energía en evitarlo. Porque era cómodo seguir buscando excusas.
Pero la respuesta siempre estuvo ahí.
Solo que no quería verla.
Ahora la veo. Y camino.

Con cariño, Amanda 

Regresar al blog

Deja un comentario